En una reciente entrevista
al diario El País, de España, el papa Francisco cuestionó al capitalismo,
manifestando que América latina "está sufriendo los efectos de un sistema
económico en cuyo centro está el dios dinero" y de "políticas de
exclusión" por "un fuerte embate de liberalismo económico", al
que culpa de aplicar una economía que "mata de hambre y mata de falta de
cultura". Días después, en una audiencia concedida al grupo Economía de
Comunión, el Papa reclamó un cambio completo en el orden económico-social y
volvió a criticar al capitalismo, identificándolo con el afán por el dinero,
"culto idólatra, sustituto de la vida eterna". Según Francisco,
"el principal problema ético de este capitalismo es la generación de
descartes para después tratar de ocultarlos o de curarlos para que no se
vean".
La humanidad lleva siglos
tratando de realizar cambios completos en el orden económico y social, desde las
utopías románticas al socialismo científico, acumulando fracasos por ignorar la
raíz compleja de la naturaleza humana. El mayor progreso ocurrió cuando las
llamadas "revoluciones burguesas" terminaron con los absolutismos al
limitar el poder de los gobernantes, emergiendo los estados nacionales con
bases constitucionales.
Al adoptarse el Estado de
Derecho, se advirtió la potencia creadora del derecho de propiedad, la división
de poderes y las libertades individuales. El liberalismo permitió el desarrollo
del capitalismo, su hijo dilecto. La irrupción de la burguesía fue acompañada
por un estallido de inventos y de sus aplicaciones prácticas, como el vapor y
la electricidad. La riqueza estática del feudalismo, fundada en la tierra, la
esclavitud y las conquistas, fue sustituida por la creación industrial de
bienes en escala impensada, impulsando el comercio para evitar las guerras, la
división del trabajo y el dinero como medio de cambio. La clave consistió en
haber encauzado en forma productiva el natural instinto humano de
supervivencia, combinando solidaridad con egoísmo. No se intentó cambiar al
hombre, inventando un "hombre nuevo", sino, como lo enseña el arte
del yudo, aprovechar la fuerza del interés individual para crear riqueza en beneficio
del conjunto.
Esa potencia, que en el
capitalismo se denomina "fuerzas del mercado" está presente en
cualquier sociedad, sólo que, cuando no existe derecho de propiedad, las mismas
fuerzas operan en el mercado político, creando otros privilegiados y otros excluidos,
en un contexto de miseria generalizada por el desinterés que suscita el trabajo
colectivista.
Sin capitalismo no hay
progreso material, ni empleos de calidad, ni forma de financiar la salud y la
educación, ni inclusión de los excluidos, ni protección de los más débiles. Sin
embargo, aun cuando carga sobre sus espaldas un Estado cada vez más gigante
para cumplir con derechos sociales en expansión, el capitalismo suscita
críticas por la desigualdad entre los más ricos y los más pobres. Ante la vara
igualitaria, de nada vale que estos últimos sean mucho más prósperos que antes,
al mejorar sus ingresos, ampliar sus derechos y acceder a servicios públicos
gratuitos. Parecería que es mejor la igualdad en la miseria, como en Venezuela,
Haití, Nicaragua o Malí, que la desigualdad con mayor bienestar para los más
pobres y movilidad social para todos.
¿Cómo crear riqueza para
tantas necesidades, manteniendo los incentivos del capitalismo y priorizando
también la igualdad, sin dañar aquellos? Este interrogante pone de manifiesto
la dificultad de dar soluciones perfectas a dramas humanos que no pueden resolverse
con voluntarismo. Como el populismo, que sin mayores pruritos intelectuales se
desentiende del largo plazo, incinerando en la hoguera del voto inmediato y del
robo "para la Corona" el futuro de las generaciones venideras.
Desde la publicación de la
encíclica Rerum Novarum por León XIII, en 1891, quedó básicamente definida la
línea de pensamiento económico y social de la Iglesia Católica. Con ligeras
variantes, aquellos conceptos siguen manteniéndose. Recogemos en ellos una
visión crítica de la economía de mercado que nace, paradójicamente, en los
fundamentos de su buen funcionamiento. En efecto, éstos dicen que la
maximización del beneficio individual, en condiciones apropiadas de
competencia, optimiza el resultado para el conjunto de la sociedad. Si bien la
búsqueda del lucro es una actitud natural del hombre, puede ser interpretada
como opuesta a la virtud de la generosidad con el prójimo y el desprendimiento
personal. De ahí la prevención tradicional de la Iglesia Católica respecto del
capitalismo o si se quiere, del liberalismo económico. Pero, por otro lado, hay
un reconocimiento de que la creación de capital en propiedad privada es
esencial para generar crecimiento y creación de empleo.
La Doctrina social de la
Iglesia reconoce que la protección del derecho de propiedad y la competencia
son necesarias para que haya ahorro voluntario e inversión eficiente. También,
para lograr avance tecnológico. Sostiene estas relaciones y rechaza el
colectivismo en su máxima expresión, el comunismo, por su negación de la
propiedad privada. Este rechazo se extiende a expresiones del socialismo que
restrinjan sensiblemente la disposición de la propiedad privada y la libertad
política.
El capitalismo puede
resultar en una distribución del ingreso menos igualitaria o más concentrada de
la que muchos desearían. Ha sido esto motivo de disconformidad y crítica de
segmentos de la jerarquía católica, incluyendo al papa Francisco. Pero no por
ello han dejado de reconocer que el comunismo. al intentar igualitarismo, inevitablemente
llevó a gobiernos totalitarios que necesitaron suprimir no sólo la propiedad
privada, sino también la libertad. Quienes han tenido que vivir bajo esos
regímenes saben del sufrimiento y de la pobreza consecuente. Quienes no han
vivido el comunismo y sólo lo han visto desde lejos, están más propensos a
magnificar los defectos de la economía de mercado.
Una bien fundada formación
económica facilita la comparación correcta entre capitalismo y colectivismo. La
insuficiencia de capacidad de análisis económico para comparar esas
alternativas puede explicar muchas veces las críticas al capitalismo. Tal vez
haya también algo de esto en Francisco. Su falta de vivencia dentro de un
régimen comunista podría explicar la diferencia de sus críticas al capitalismo
con las más moderadas y equilibradas de Juan Pablo II, nacido en la Polonia
comunista.
Existe un ámbito inmenso
donde la prédica moral de la Iglesia fortalece el capital social construyendo
lazos de solidaridad que han de diferenciarse de las utopías que alientan
posiciones extremas o dan sustento a demagogos cuyo interés es el poder y no
los pobres.
Parafraseando a Winston
Churchill: "La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el
hombre con excepción de todos los demás", podríamos emplear el mismo
dicho, pero cambiando las palabras "democracia" por
"capitalismo" y "gobierno" por "sistema
económico".